ENTREVISTA | Jonah Lomu

"El modelo del rugby para España debe ser el inglés"

A sus 34 años, Lomu no pierde músculo. El neozelandés ha triunfado en el rugby y en la vida, tras superar un transplante de riñón y volver a jugar. Aún recuerda la Copa del Mundo de Suráfrica, en 1995. Aquello es imborrable.

¿Cómo le va en su vuelta al rugby en el Marselle Vittrolles? Debe de ser un héroe...
La experiencia es reconfortable, pero no me siento un héroe. Quiero que la gente comparta el disfrute que supone para mí este deporte. Quiero que vean la vida más feliz a través del rugby y encuentren un mejor trabajo. (El club milita en la Tercera División y todos son amateurs).

Usted simboliza la fragilidad de la vida y, al mismo tiempo, la capacidad de superación del ser humano. Pasó de ser el mejor a tener que retirarse. Le hicieron un transplante de riñón y aquí lo tiene el deporte de nuevo...
Cuando fui al especialista del riñón, me dijo: '¿Tú quieres acabar tu vida en una silla de ruedas?'. Me negué a aceptar eso. Me propuso operarme por el tórax después de consultar a varios médicos para, de esta manera, poder seguir jugando al rugby. Mi vida cambió. ¿Sabe lo que es, después de todo lo que has sido, no poder moverte del sofá para ir a buscar algo de comer a la cocina? Tenía dos opciones. O darle la espalda a la enfermedad y rendirme, o plantarle cara y volver a intentar ser el de siempre. Fui a Francia, Estados Unidos e Italia hasta que me dieron una solución. La vida no se para por una enfermedad.

Su problema de riñón era hereditario, pero ¿deja secuelas el rugby a nivel profesional?
Sí. Me había cargado un 40 por ciento de la articulación. En un partido noté que se me había dislocado el hombro. Le di un puñetazo y se puso en el sitio, pero no quedó bien, porque durante el partido se me salió tres veces más. En el vestuario los médicos me dijeron que ya lo tenía bien, pero no debía de estarlo, pues necesité dos o tres tornillos para que me lo colocaran.

Eso no lo puede aguantar cualquier ser humano...
El deporte, a veces, te lleva a los extremos. En 1995 forcé para jugar la Copa del Mundo. Me dolía una pierna, pero no paré. Seguí entrenándome, porque si no lo hacía, no iba a jugar. Es la naturaleza de la bestia, que te obliga a veces a dar más de lo que tu cuerpo te permite. Ahora, con el tiempo, me río de aquello. Cada uno se pone su propio límite.

Aquella Copa del Mundo en Suráfrica fue histórica. ¿Ustedes eran conscientes que estaban contribuyendo a la formación de un nuevo país?
Tenía esa sensación. Los ojos del mundo estaban puestos allí. A nivel deportivo también lo fue, porque pudimos estar en la cima y hacer historia. Pero a Suráfrica no se le podía escapar una oportunidad histórica de promocionarse.

Más allá del estadio, ¿notaron esa unión y pasión en las calles de Suráfrica?
Toda la nación estaba detrás del equipo. Si no hubieran ganado, su oportunidad se habría desvanecido. El hecho de que bajara Mandela a saludarnos antes de la final nos hizo también ser conscientes de la magnitud del evento. Lo entendimos todo.

¿Han cambio las tradiciones en el rugby desde 1995?
Enormemente. Ahora los hábitos son más sanos. Antes, después de los partidos, bebíamos muchas cervezas en el vestuario y comíamos sin parar. Ahora no hay esas rutinas. Los jóvenes cuidan más y mejor su cuerpo, todo está más estudiado y hay más posibilidades. El rugby se ha profesionalizado.

El rugby ya es deporte olímpico. ¿A qué puede contribuir esta decisión?
Estamos todos ilusionados de poder mostrar nuestro deporte al mundo, porque considero que es muy explosivo y emocionante. Ahora la expansión del rugby aumentará y se hará extensible a otras naciones que, quizás, les faltaba este empujoncito.

¿España puede ser un ejemplo?
Lo que debe hacer el rugby en España es no compararse con ningún otro deporte y menos con el fútbol. El modelo debe ser el inglés, allí los dos deportes van por caminos distintos, cada uno tiene su esencia, sus valores y sus tradiciones. Eso se gana con el tiempo.


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